martes, junio 22, 2010

Invitación a la exposición fotográfica de Patricia Gutiérrez, “Pulpería Mira Mar, memoria y brújula…”

Artista: Patricia Laura Gutiérrez
Exposicion: “Pulpería Mira Mar: memoria y brújula…”
Curador: Jorge Omar Volpe Stessens
Lugar: Museo de Fotografía Fernando Paillet, Av. Caseros 2739, Parque de los Patricios
Fecha: Inauguración, martes 8 de julio 2010 a las 19 hs. Sierre: 31 julio 2010
Cómo llegar: Subte línea H; Colectivos: 6 – 9 – 25 – 101 – 118 – 95 - 65 – 50 – 28 – 165 – 91 – 150 – 133

Con motivo del bicentenario de la patria, el Museo de Fotografía Fernando Paillet / Vostfundacion de adhiere a los festejos con una exposición de fotografías de la artista Patricia Gutiérrez en homenaje a la legendaria Pulpería Mira Mar, (Patrimonio histórico de la Ciudad de Bolívar), situada a la vera del camino que une Carlos Casares con Bolívar, “Lugar de encuentro de la gente de campo, de criollos, indios y negros. Cobijo de arrieros y chinitas. Lugar de descanso, encuentro, diversión y desenfreno. De aguardientes y cañas. De truco, tabas y riñas. De romances y guitarreadas. De mudanzas y contrapuntos. Mezcla de almacén y taberna. Todo eso podía pasar en una “pulpería”, donde lo criollo y popular afloraba espontáneamente”. En Bolívar en el “paraje de Mira Mira”, y cargada de nostalgia y recuerdos, se erige la pulpería, fundada en 1.882, por don Mariano Urrutia, en “La Colorada”, y radicada en el lugar hoy se encuentra desde 1890. La Exposición, de fotografías de la artista Patricia Laura Guterrez “Pulpería Mira Mar: memoria y brújula…”se realizara durante todo el mes de Julio 2010, en la sede del Museo de Fotografía Fernando Paillet, Av. Caseros 2739, Parque de los Patricios, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en los horarios de 14 a 20 hs. De Martes a domingos, finalizando el 31 de julio a las 20 hs.

Por qué de la temática: Considero que la fotografía es una forma de contribuir a la sensibilización de la sociedad sobre los valores inherentes al patrimonio cultural del que son depositarios y al mismo tiempo permite desarrollar acciones que contribuyan a su protección y conservación. Y especialmente porque una fotografía es una invitación a pensar y está completa cuando alguien la mira.
Patricia Laura Gutierrez, Junio 2010


La pampa es un titán. Son titánicos sus distancias, sus horizontes, su soledad, sus cielos. También como el titán Saturno devora a sus hijos. Así, miríadas de inmigrantes, a fuer de cualquier rumbo, se perdieron en su inmenso vientre.-
Quienes no han tenido el destino de nacer, jugar, galopar unas decenas de leguas en su inmenso silencio, añorar un hogar dejado –generalmente allende el mar- o llorar un amor perdido, durante un atardecer en la llanura, seguramente no comprenderán su idioma.- Su idioma digo, porque esa pampa habla.- Y en una amplia curva del camino real que une las hoy ciudades de San Carlos de Bolívar y Carlos Casares, la Pulpería Mira Mar, uno de los últimos de los vestigios que el implacable progreso nos ha permitido conservar de esa pampa inmensa, nos habla.- Y nos recuerda, en cada rincón, quienes fuimos y quienes seguimos –o deberíamos seguir- siendo.-
Bautizada así por la esposa de su propietario, quien quizás nostálgica del Cantábrico que bañaba las costas de su Vizcaya natal, o quizás en la comprensión de que la auténtica inmensidad es la del verde horizonte que infatigablemente acosa al viajero, la llamó Mira Mar.- Nombre curioso para aquel viandante que, acaballado en el límite que marca la pulpería, se sabe lejos de toda costa.-
Es que la pulpería se enclava cercana a esa frontera imprecisa que separa la pampa húmeda de la pampa seca, distinción ésta sumamente compleja y difícil de definir.- Hacia el este, hacia el amanecer, los pastos más dulces, los árboles, los pozos de agua buena, la tierra negra y al fin, el ansiado mar.- Hacia el poniente, la arena, el agua cada vez más salitrosa, los rústicos pastizales para el ganado, los jagüeles, el desierto.-
Perdida en la inmensidad monocorde de la planicie, y más o menos situada en ese límite que, mi imaginación de niño ha dejado al aguafuerte en mi memoria, se encuentra, incorrupta, habitada –me aseguran- por espíritus pretéritos, la bienquerida Pulpería.-
La conocí, ya montado en las primeras olas del progreso, de la mano de mi padre, y más atrás aún, por boca de mi abuelo.- Siempre me fascinó su encanto de leyenda y su idílico marco.-
Su mostrador enrejado nos habla de reyertas, ora por barajas, ora por mujeres o simplemente por mal alcohol. Su amplio palenque, hoy desaparecido, fue parada de decenas de caballos y carruajes, señal clara de reuniones sociales, políticas o simplemente de parroquianos frecuentes que acudían por los “vicios”, alguna copa y en ocasiones, para formalizar algún negocio de caballos o pequeños arrendamientos.- En ese lugar vi., con cierto asombro de chico citadino, hacer negocios de palabra.-
Junto a la pulpería, germinó la escuela, icono de un país que creía en la educación, y en esa escuela –como en todo el país- se realizaban los comicios. Es mítica ya la historia de la urnas del Paraje Mira Mar que eran escoltadas por hombres con la boina del color –no importa ya cual- de su partido político (su divisa partidaria) y –según me han referido- muñidos de sus rifles, las seis leguas hasta la estación de trenes donde serían trasportadas al Congreso de la Nación, para evitar que en el camino alguien escamoteara sus votos, trastocara su voluntad, los privara de su derecho.- Ese país creía en la democracia.- “Los vascos de Mira Mar venían con los winche hasta la estación” narraba mi abuelo, quien, bolivarense por adopción, me convirtió en bolivarense por nacimiento.-
Lugar habitado por gentes laboriosas, sencillas, hospitalarias, vio acontecer en el decurso de más de un siglo los sucesos que constituyen la simple argamasa de la vida, nacimientos y muertes, sequías e inundaciones, vecinos que partían y nuevos moradores que se allegaban al Paraje.- Es centinela de la memoria de quienes por allí pasaron, de sus afanes, alegrías, lutos y provechos.- Nada más, ni nada menos.-
Llevado por unos amigos del vecindario a una fiesta en la escuela aledaña, una muchacha –cuyo rostro y nombre olvidé hace lustros- me besó en las umbrosas proximidades de la pulpería. Jamás volví a verla. No recuerdo si las bibliotecas ya me habían otorgado el don de los arquetipos platónicos, pero ese beso y esa chica, seguramente torpes e ingenuos, al igual que yo, serán en forma indeleble, el arquetipo de cuanto amor fugaz he padecido.- Jamás podré desenredarlo de las ramas de la arboleda de Mira Mar.-
Todo permanece allí, en la pulpería, lo reitero, incorrupto.-
Por eso, ruego a todo hombre o mujer que pase frente a ella, se demore aunque sea unos breves momentos en su contemplación, que comparta su fragoroso silencio, y que cuente a sus hijos –como yo lo haré- que ese lugar no es sepulcro inanimado, sino cofre vivo de innúmeros jirones de incontables vidas, y las guarda, al decir, de Güiraldes, “…como la custodia lleva la hostia….”, para memoria y brújula, historia y guía -vuelvo a iterarme- de quienes fuimos y quienes seguimos –o deberíamos seguir- siendo.-
Que se detengan, en definitiva, a oír el canto de un titán
.- Autor: Pedro Ronco